MIS PRIMERAS LECTURAS ARTÍSTICAS

Playa de las Canteras en la ciudad de las Palmas de Gran Canaria. Circa de 1970. Fondo fotográfico de FEDAC
En 1970 empecé a estudiar la carrera de arquitectura en la ciudad de Las Palmas en la isla de Gran Canaria. Cuando se es adolescente, se toman inconscientemente algunas decisiones que van a definir tu trayectoria para el resto de tu existencia. Visto desde mi perspectiva actual, creo que algunas anécdotas triviales relacionadas con los libros -que relato a continuación- han tenido una cierta influencia en el resto de mi vida.

El azar es siempre una componente esencial de los acontecimientos que influyen en las contingencias personales. La elección de los estudios de arquitectura no tuvo para mí un soporte racional, como supongo que les ha ocurrido, ocurre y ocurrirá a muchos jóvenes en ese momento trascendental en que se abandona por primera vez el hogar familiar. Rememorado ahora ese episodio, a través de las brumas del tiempo y cuando han transcurrido varias decenas de años, está claro que ya es algo confuso en mi memoria y que lógicamente idealizo.

<---En mi caso, algunas experiencias infantiles en el juego junto con una visión romántica sobre el papel social que representaban los arquitectos fueron probablemente, los argumentos que me indujeron a intentar ejercer esta actividad. Una razón de mayor peso fue también un factor colateral: que fuera inevitable desplazarse a otros lugares para estudiar esta disciplina saliendo necesariamente con ello del entorno más próximo. Un contexto que puede resultar opresivo cuando se tienen diecisiete años.

En el último curso del bachillerato, se hizo en mi colegio de Santa Cruz de Tenerife, un análisis psicológico para determinar las mejores aptitudes de los alumnos para afrontar una carrera profesional. Curiosamente, mis capacidades se orientaban por igual hacia la expresión verbal y la concepción del espacio y, en consecuencia, algún profesor aconsejó que optara a estudios de letras, historia, literatura, etc. Cosa que no hice. Al contrario, decidí estudiar arquitectura en la vecina isla de Gran Canaria.
A comienzos de la década de los 70 del siglo XX, la ciudad de Las Palmas era una urbe vibrante y cosmopolita que experimentaba un fuerte desarrollo ligado a la llegada de numerosos visitantes europeos a la búsqueda del sol. Las Palmas contaba con magníficas playas de arena rubia -las Alcaravaneras y las Canteras- permanentemente repletas de bañistas, junto con un espacio costero desértico al sur de la isla en el que en ese momento, estaba ocurriendo la aparición casi instantánea de un destino turístico de nueva creación, en lugares conocidos como San Agustín, Playa del Inglés y Maspalomas.
La ciudad, capital de la provincia de las islas Canarias orientales, no contaba entonces con una tradición cultural y universitaria asentada y la cotidianeidad transcurría influenciada por la presencia de un musculoso puerto, así como por el comercio asociado y el nacimiento de una incipiente actividad turística de masas. Se acostumbraba a ir a la playa a pasear, bañarse y pasar el tiempo admirando a aquellas míticas suecas que venían de un frío norte aderezado por una mitología de mayor desarrollo y libertad. Recuerdo en plena zona turística el nombre de algunas discotecas que forman parte indeleble de nuestro imaginario formativo de aquellos años, el Saxo, el Tamtam, la Cacatúa… También existían edificios de una gran factura constructiva y formal como el Hotel Concorde o la torre de Los Bardinos, junto al puerto de la ciudad y que, curiosamente, habían sido realizados por arquitectos que no eran nuestros profesores, nombres que nos empezaron a sonar entonces como Salvador Fabregas o Pedro Massieu.

Hotel Concorde. Salvador Fábregas. 1968

En esos años, se impartían por primera vez las enseñanzas universitarias de arquitectura en la ciudad. Era en un centro que funcionaba como filial de la Escuela de Arquitectura de Madrid con un director, el señor López Durán, catedrático de dibujo, al que prácticamente no conocíamos pues se decía que vivía en Marruecos dedicado a satisfacer sus placeres y necesidades artísticas. Alguna vez aparecía y se corría el rumor de que el director iba a pasar por las aulas para corregir. Lo que no solía suceder.
Las materias del primer año de carrera se dividían entre asignaturas dedicadas al aprendizaje del dibujo y otras orientadas a un conocimiento más científico. Recuerdo la enseñanza del Álgebra como una disciplina abstrusa, explicada por un voluntarioso ingeniero que pretendía orientarnos en un universo incomprensible de vectores, anillos y homotecias. Algo similar nos ocurría con la práctica del dibujo, dedicada principalmente a la copia al carboncillo de estatuas clásicas. Unas tareas sobre la que los alumnos no llegábamos a entender el propósito ni cuales eran las claves para su mejor ejecución; algo que los profesores nos explicaban vagamente. Se comentaba que, al final del curso escolar, vendrían unos profesores titulares de Madrid a examinarnos y así ratificar lo aprendido. Un suceso azaroso aquél, casi una lotería, que ocurrió reiteradamente durante mis primeros años de carrera que realicé allí.
Nuestras actividades habituales consistían en asistir a las clases que se impartían en la prestada sede universitaria de la calle de Tomás Morales, que compartíamos con los ingenieros industriales, e intentar asimilar unas enseñanzas sobre las cuales todavía no comprendíamos cabalmente cual era su relación con la arquitectura ni cual sería el método para aprender las técnicas necesarias que nos permitieran hacer edificios. Algo que se suponía se impartiría en cursos más avanzados. Inexplicablemente, no existía tampoco biblioteca ni nada parecido para poder informarse.
En ese contexto de compañeros bañistas y juerguistas, casi todas las semanas dábamos un paseo por el espacio turístico de la ciudad, localizado alrededor de la maravillosa playa de las Canteras, en aquella época en plena efervescencia constructiva. Fue así como un día en un kiosco de prensa del próximo parque de Santa Catalina, repleto de periódicos y revistas alemanes, ingleses y españoles, descubrí una enigmática revista en la que se presentaba la foto solarizada de una cara sobre un fondo verde.

Revista Nueva Forma, nº 56 dedicado a Antonio Fernández Alba. Septiembre de 1970

Hojeando el interior de ese ejemplar comprendí que debía contener información relevante sobre el objetivo de nuestros afanes. Se denominaba Nueva Forma y estaba dedicada a un señor de Madrid llamado Antonio Fernández Alba. En ella se presentaban una serie de brillantes dibujos de edificios, con plantas, alzados y perspectivas de sus proyectos, junto a comentarios explicativos. Este fue mi primer contacto con la arquitectura como expresión artística, una publicación que analicé con detenimiento intentando comprender lo que se allí masivamente se recogía, consistente en unos dibujos y fotografías de una alta abstracción
Recuerdo la lectura de un texto de Santiago Amón incluido en ese número y titulado La arquitectura de Fernandez Alba y el estructuralismo. Un denso artículo repleto de términos difíciles, como las referencias al empirismo nórdico que se suponía caracterizaban a la arquitectura madrileña de aquellos años. Allí se soltaban frases misteriosas como aquellas preguntas retóricas que enunciaba Amón ¿Es, quizá, paradójica la renuncia al formalismo en pro de la sustantividad formal? ¿Parecerá, acaso, redundante hablar de una arquitectura de edificios?

Propuesta de edificio administrativo en el paseo de la Castellana. Madrid, 1970. Antonio Fernández Alba, arquitecto

Lo cierto es que a partir de entonces acudía con asiduidad a aquel kiosco del parque, ansiando la llegada de algún nuevo número de aquella revista que escrutaba voluntariosamente y que, con el tiempo, se fue haciendo más y más familiar. Allí, vi por primera vez reproducciones de la obra de Mondriaan, leí textos de Joyce, y referencias a tantos y tantos artistas y arquitectos españoles y europeos. También presencié la puesta de nuevo en valor de la arquitectura europea de la primera mitad del siglo XX, junto con innumerables referencias literarias, musicales y de otras artes.
Había en Nueva Forma un poso de conocimiento esotérico, un camino que había que recorrer necesariamente guiados por chamanes como el propio Amón o el inefable Juan Daniel Fullaondo y que me sirvió como primera vía para comprender de qué iba aquello de la arquitectura.
En Las Palmas existían unas pocas bibliotecas públicas que apenas contaban con libros de arquitectura, algo que era habitual en una ciudad de provincias que estaba saliendo de los años de la posguerra española. Las librerías eran muy escasas y las artes no eran una de las especialidades de referencia para nada. Sobre ellas, sobresalían Larra y Quesada, en el casco antiguo de Triana, pequeños espacios comerciales que tenían una escogida y primorosa selección de ediciones de arquitectura. Allí adquirí algunos libros que me abrieron la mente a la comprensión de las razones tras el arte contemporáneo y al entendimiento de los objetivos de la arquitectura del momento.
Señalaría expresamente tres: Últimas tendencias del arte de hoy y Arquitectura moderna, ambos de Gillo Dorfles, escritor y crítico y Saber ver la arquitectura del también italiano, arquitecto e historiador, Bruno Zevi.

Los libros de Dorfles fueron una primera guía para mí, por su impulso didáctico y su claridad expositiva. En el primero, se explicaban las varias estrategias estéticas de tantos y tantos artistas europeos y americanos. La gestualidad impulsiva de los expresionistas abstractos y la materialidad implícita en la obra de Burri, Tapies y el canario Millares. También el espacialismo zen de Lucio Fontana y el esencialismo trascendente de mi admirado Mark Rothko. El énfasis estaba puesto en los autores italianos, como es lógico dada la nacionalidad del autor.
En su Arquitectura moderna, Gillo Dorfles hacia un somero repaso preliminar por los orígenes del Movimiento Moderno en arquitectura para luego introducir a los grandes maestros de la primera mitad del siglo XX. Muchos hoy terriblemente olvidados como los alemanes Erich Mendelsohn y Walter Gropius. Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, Mies van der Rohe y Alvar Aalto ocupaban por supuesto, capítulos preeminentes, en los que se explicaba el carácter distintivo de sus propuestas, ilustradas con algunas de las fotografías que luego se han convertido en canónicas de la obra de estos arquitectos. Finalmente, Dorfles aludía a los nuevos regionalismos y, especialmente, a la experiencia italiana de los neorrealistas y la arquitectura española de aquellos años.

El otro libro relevante para mí fue Saber ver la arquitectura, donde Bruno Zevi explicaba también con pasión y claridad, los fundamentos y relaciones entre los edificios canónicos de la historia y la arquitectura del siglo XX. En ese texto seminal se relacionaba la arquitectura con su entorno social, económico, cultural y político. Se señalaban las dos corrientes principales de la arquitectura del siglo XX, el racionalismo y el organicismo, proponiendo diferencias y motivaciones. Decía el autor, la arquitectura racionalista se dirigió principalmente hacia los valores volumétricos mientras que el movimiento orgánico apuntó a los espaciales.
De acuerdo a Zevi comprendí que realmente no se puede opinar verdaderamente de un edificio sin haberlo visitado. Que las imágenes son un sucedáneo que no nos permiten percibir las profundas cualidades de la arquitectura y llevan siempre implícito un falseamiento de la realidad, un enmascaramiento estético que dificulta su aprehensión real.
La percepción del espacio es algo fundamental para la comprensión de la arquitectura de acuerdo a las formulaciones valorativas de Zevi. Un edificio no puede percibirse en su integridad sin comprender la cultura que lo acompaña, el territorio que lo rodea, sus olores, el movimiento personal en relación al espacio, la relación entre el interior y el exterior, etc.
Transcurridos tantos años, es difícil entender los azarosos sucesos e intrincados caminos que llevan a la formación intelectual de las personas. Probablemente, en mi caso ha sido una cuestión de contexto, voluntad y suerte. Como le puede ocurrir a cualquiera.—>

7 comments to MIS PRIMERAS LECTURAS ARTÍSTICAS

  • Salvo “Saber ver…”, me has dado nueva biliografía para leer. Te anuncio que eres el ganador de dos premios de la comunidad bloggera:

    http://ladrillazos.blogspot.com/2009/04/premios-limonada-y-symbelmine.html

    ¡Felicitaciones!

  • El problema es que los libros y revistas que menciono se publicaron hace más de 40 años. La edición castellana de La arquitectura moderna de Dorfles es de 1967, al igual que Últimas tendencias del arte, que es incluso anterior fruto del ingente esfuerzo de la desparecida editorial catalana Labor.
    La suerte es que Zevi sigue estando de actualidad y hay reediciones recientes de sus magníficos textos.
    En cuanto a las escritos sobre arte y arquitectura de Juan Daniel Fullaondo, alma Mater de Nueva Forma, se hizo una magnífica reedición crítica a cargo de María Teresa Muñoz, pero ya nadie se acuerda de é y de Santiago Amón, y tantos otros que son nos desconocidos en este mundo de Internet y las nuevas tecnologías.
    Como probablemente suceda con Gillo Dorfles y algo menos con Bruno Zevi.
    Una pena.

  • Federico
    Muchas gracias por esta recomendación bibliográfica narrada en primera persona y con aroma a nostalgia, y que también me ha ayudado a hecho evocar tiempos idos.
    Para mí también Zevi fue un antes y un después en mi historia de desubicado estudiante de arquitectura. Al menos me hizo empezar a preguntarme no sólo cómo también porqué los edificios son como son.
    Un saludo

  • Federico, como dices, la suerte y la voluntad pueden llevarte a contextos totalmente diferentes, y la experiencia es la que define la formación y el carácter del arquitecto y la persona. Esa última oración me gustó, porque a pesar de mi juventud, creo fielmente en su veracidad.

    La lectura, especialmente en mis últimos anhos en la universidad, fue importantísima. Recuerdo un libro de ensayos de arquitectos como Koolhaas, Tschumi y Frampton (Theorizing a New Agenda for Architecture), pero que luego fui dejando atrás, por voluntad y suerte, aunque nunca sale de mi memoria de arquitecto.

  • Este comentario ha sido eliminado por el autor.

  • La verdad es que este asunto de los blogs e Internet no deja de sorprenderme.
    Me ha resultado emocionante que una anécdota que forma parte de mi historia personal haya interesado ya, en menos de 24 horas a tres personas tan distintas, situadas en lugares tan diversos.
    John Dunn al que sigo desde casi el momento en que me adentré en este territorio de las conversaciones a distancia, a través de su interesante blog Ladrillazos y que creo que es profesor en Guayaquil, Ecuador. Carlos Zevallos, un nómada peruano que reside en Japón y con el que comparto intereses relacionados con la arquitectura y el paisajismo que refleja en su magnífico blog, Mi moleskine arquitectónico. Y alguien que no conocía, Tulio José Mateo por lo que parece arquitecto y residente en Kigali, Ruanda.
    Nos une la comunidad de esta lengua que es el español hablado en el sur y las telecomunicaciones. Una herencia extraordinaria y una maravilla tecnológica de nuestro tiempo.
    He quedado sobrecogido y abrumado. Gracias a todos por los comentarios

  • Buenos días Federico.
    Me permito dejarte un nuevo comentario, pues acudo a tu blog con cierta frecuencia, por lo que aprendo en él.
    El documental que has colgado de los skaters me parece precioso.
    Gracias otra vez, Virginia

Leave a Reply