EL IMPERATIVO MORAL DE LA ARQUITECTURA

Escuela en Gando, Burkina Fasso 2003. Diabadé Francis Keré, Arquitecto. Una muestra de arquitectura ética y moralmente comprometida con su sociedad y la sostenibilidad global del planeta

En 2005, otorgaban el Premio Anual al edificio más accesible de la Comunidad Autónoma Canaria al Centro Socio Sanitario del Hospital de Dolores, al que dediqué una entrada el 29 de febrero pasado. Con ese motivo preparé un texto de reconocimiento en el que quería poner el énfasis en la recuperación de la dimensión ética de la arquitectura y que creo que mantiene su interés en un momento cultural en el que los arquitectos vivimos obnubilados por la imagen de nuestras obras.

Esto es lo que escribí entonces:

En unos tiempos en los que las sociedades avanzadas se dedican mayoritariamente a la búsqueda de una satisfacción placentera de la existencia, hay que reivindicar la verdadera arquitectura como actividad destinada a solucionar los problemas de la morada de los hombres. Frente a la generación de innumerables imágenes y al consumo acelerado de basura mediática es necesario reclamar su función social como objetivo primordial.
Enredados en la construcción de una falsa belleza destinada exclusivamente a su presentación formal, al placer visual absoluto, el recurso a un monumentalismo hueco, y la ansiedad por conseguir una presencia pública, los arquitectos hemos ido olvidando que el fin básico de toda obra construida consiste primordialmente en albergar, de una manera adecuada, las necesidades de nuestros conciudadanos en lugares concretos.
Este es un momento histórico que se caracteriza por una creciente escasez de recursos de todo tipo y una injusticia global generalizada en su distribución, y en el que es necesario recuperar una visión ética de nuestra profesión. El imperativo moral de la arquitectura de nuestros días debería centrarse en el aprovechamiento racional y eficaz de los materiales disponibles. Frente a una dictadura de la estética vacía hay que contribuir a imponer la austeridad frente al despilfarro.

Decía Vitrubio hace más de dos mil años:

Todo edificio debe de construirse teniendo en cuenta la durabilidad, la necesidad y la belleza

Los tres preceptos: Utilitas, Firmitas, Venustas nos han acompañado a los arquitectos durante toda la historia como una referencia que determina la verdad de las obras que realizamos.
Estos tres valores que Vitrubio estableció en un plano de igualdad, adquieren en cada época una conflictividad derivada de la voluntad para imponer algún aspecto sobre los otros.
El arquitecto neoclásico Karl Friedrich Schinkel fue más allá al priorizar los preceptos vitrubianos y reconocer la necesidad de solucionar los problemas concretos como la cuestión primordial a resolver.

Schinkel dictaminó que:

la tarea de la arquitectura consiste en transformar una construcción práctica, útil y funcional en algo hermoso

Lo que podemos entender que coloca a la funcionalidad en un lugar que antecede a la belleza en los edificios que aspiran a ser reconocidos como arquitectura.
Desde una visión romántica, Violet le Duc amplió algo más lo anterior al proclamar que la belleza en los edificios deriva de una expresión justa de la construcción y de la solución de los problemas funcionales.

solo surge una verdadera solución estructural para cada situación concreta

Siguiendo esta línea de pensamiento, nuestros esfuerzos deben de dedicarse por encima de cualquier otra consideración a perseguir una solución correcta de los problemas que se nos encomiendan.
Es, en este contexto, cuando adquieren significado las cuestiones relativas a la accesibilidad, que deben contemplarse no como una carga burocrática más sino como una tarea fundamental que se sitúa en el primer plano de la escena de la arquitectura, aquella relacionada con la correcta funcionalidad de los edificios.
Nuestra preocupación como arquitectos y nuestros esfuerzos deben enfocarse hacia una multiplicidad de circunstancias entre las que destacaría las siguientes: el tamaño y la medida adecuada de los espacios, el análisis del comportamiento previsible de los futuros usuarios, el uso de materiales duraderos y agradables así como el aprovechamiento energético óptimo de las condiciones climáticas de cada lugar


La cúpula en medio elipsoide de la iglesia de San Carlino alle quatre Fontane de Francesco Borromini

No se pueden tolerar edificios en los que no caben las personas o las cosas que acompañan su vida, haciendo incomoda la existencia en unos espacios concebidos solo desde una perspectiva estética. Más aún cuando esos usuarios padecen minusvalías que les obligan a llevar una vida con restricciones.
La historia de la arquitectura moderna está repleta de experimentos que hicieron incomoda la vida de sus usuarios
La consideración de la idiosincrasia concreta de los usuarios de nuestros edificios es otra cuestión que tiende a no tenerse en cuenta en aras a la satisfacción de ideales estéticos inapropiados. Debería rechazarse la arquitectura escenográfica cuyo objetivo es el consumo de imágenes y cuyo destino inmediato es su transformación en restos irreparables debido a que no se ha tenido en cuenta la necesaria durabilidad de los materiales a emplear.
Algunas cuestiones que se consideran secundarias podrían mejorar notablemente la comodidad de los edificios con un mínimo esfuerzo. Sacar partido a una iluminación natural adecuada, estudiar la correcta orientación solar para garantizar un confort térmico y establecer mecanismos para el ahorro de energía son imperativos a contemplar necesariamente en una época en que los recursos tienden a desaparecer a una velocidad de vértigo, máxime cuando además no somos realmente conscientes de la magnitud del problema.
La ausencia de preocupación por el confort en los edificios que caracteriza a una gran parte del trabajo de los arquitectos contemporáneos es algo que influye muy negativamente en la percepción cotidiana del espacio para la mayoría de la población.
Este problema se torna en un hecho más grave, si cabe, para aquellos colectivos que padecen una disminución en sus condiciones de movilidad y percepción. Cuando uno no es capaz acceder a las habitaciones de su propia casa, se tienen dificultades para percibir las distancias entre las cosas, diferenciar las figuras del fondo e, incluso asearte es una molestia desagradable, la vida se convierte en un tormento innecesario por culpa de una reprobable insensibilidad en el diseño.
Cuestiones tan triviales como aumentar el ancho de las puertas, algo que hasta cierto punto podríamos considerar como accesorio aunque su solución tenga un coste ridículo, se convierten, en estos casos, en asuntos relevantes para aquellos que tienen dificultades para moverse. Por ello, conceptos de diseño como la accesibilidad desapercibida han pasado a adquirir un protagonismo cultural destacado ya que se pueden solucionar estos problemas solamente con un poco de comprensión.
Hacer accesibles nuestros espacios cotidianos para las personas de edad, para aquellos que tienen una visión disminuida, dificultades de movilidad o, incluso para aquellos que tienen sus condiciones físicas mermadas transitoriamente, es únicamente una cuestión de aplicar una sensibilidad apropiada que asimismo puede mejorar nuestra propia vida.
Los arquitectos no solo tenemos que conseguir adecuadas soluciones estéticas y una correcta inserción de los edificios en la ciudad sino que también deberíamos prestar más atención a la solución de los pequeños problemas cotidianos que tanto influyen en nuestro cometido diario.

Platón lo resumía en su Diálogo con Gorgias de una manera apropiada al señalar que la belleza está ligada a la bondad de las cosas justas.

2 comments to EL IMPERATIVO MORAL DE LA ARQUITECTURA

  • En la primavera de 2006 estuvimos en Burkina Faso visitando, entre otras cosas, la escuela de Diabade Francis Keré.
    Lo bueno de este proyecto no es sólo el uso que hace de simples principios de la construcción y materiales, que en su mayor parte provienen del entorno, para hacer una escuela en la que los alumnos estén protegidos de las altas temperaturas sino también su impacto social:
    - todos los niños de los pueblos de alrededor tienen la oportunidad de ir a la escuela.
    - se construyó una “cocina” para que todos los alumnos reciban un almuerzo diario (que ahora se ha quedado pequeña y estaban ampliando)
    - para construir la escuela se enseño al maestro de obras cómo hacer facilmente ladrillos. Lo que pueden usar en otro tipo de construcciones o para reparaciones de la misma escuela.

    Un proyecto realmente ejemplar.

  • Aunque aparentemente no tengan que ver, como me gustan los contrastes le pido a tus lectores que giren un poco la mirada a la derecha y miren la foto de la Raiffeisenplatz de St. Gallen de Pipilotti Rist y Carlos Martínez. La comparación con el trabajo en Burkina Fasso a que hace referencia Susana ilustra muy claramente la existencia de dos mundos que, sencillamente, están en “fases lunares” distintas. Y sin embargo… Yo llegué a Pipilotti Rist a través del vídeo que es una de mis aficiones favoritas, y sus vídeos enamoran (no sé si es la palabra aunque creo que sí). Aunque aparentemente la dimensión estética (en una artistas calificada como pop parecería básica) luche con la dimensión ética de Francis Keré es sólo apariencia. La dimensión ética a veces hay que disfrazarla para que sea realmente subversiva. Y en toda arquitectura (por muy ética que se plantee) la estética tiene un lugar.

    A raíz de la exposición en el Musac de León pensé en preparar una entrada sobre la Raiffeisenplatz para que mis alumnos de paisaje la conocieran y espero publicarla en unos días.

    Pienso que el comentario viene “relativamente” a cuento de tu entrada sobre El Imperativo Moral de la Arquitectura. Lo digo porque ya hace tiempo que he dejado de creer en la separación entre la ética y la estética en arquitectura. Casi lo único que me importa (lamento haberlo descubierto a estas alturas de la vida) es que me emocione. Y muchas veces la emoción tiene que ver con la explicación más que con la simple contemplación de la cosa. Porque la explicación no es más que una indicación de como ver. Es decir, lo que hace un artista.

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