LA ARQUITECTURA DEL PODER

Cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo
Deyan Sudjic
Ariel. Barcelona 2007

La arquitectura ha estado, de una manera u otra, casi siempre ligada al poder. Eso sí, con un carácter subalterno, como instrumento para reforzar el alcance ideológico de la dominación. Este curioso libro incide en esta cuestión, hace un repaso a la experiencia de la arquitectura contemporánea para desenmascarar la retórica y los mecanismos con los cuales algunos arquitectos venden su trabajo como algo esencial en la conformación del espacio de nuestras ciudades.

El autor, Deyan Sudjic, tiene a sus espaldas una trayectoria notable como crítico de arquitectura. Ha dirigido la revista italiana Domus y en 2002 dirigió la famosa Bienal de Arquitectura de Veneciay es actualmente director del Design Museum de Londres. Sudjic, en otro libro esencial de 1992, The 100 Mile City, diseccionó el devenir de algunas ciudades que han mutado de una manera extraordinaria a partir de los años 80 del siglo XX. En ese trabajo describía el papel que han pasado a desempeñar metrópolis como Londres, Tokio, Nueva York o Los Ángeles, cuyas características económicas y su creciente especialización productiva en la cúspide del sistema global son fundamentales para entender el devenir de la evolución de determinados artefactos arquitectónicos que pueblan nuestra contemporaneidad, tales como museos, centros comerciales, aeropuertos, etc.
En La arquitectura del poder, realiza un recorrido por los paisajes habituales de la política y la riqueza en los que se define el espacio contemporáneo y como los arquitectos tienen que lidiar con múltiples obstáculos para llegar al contacto directo y la seducción de los que dirigen realmente este universo. caracterizado por la ambición y la egolatría más execrable. Presenta al arquitecto como un personaje que ha mutado desde su misión primitiva como máximo experto en el mundo de la construcción hacia un papel cada más sutil de consejero estético y encauzador de las megalomanías de los poderosos.
La actividad de la arquitectura considerada como experiencia artística tiene que ver con la necesidad ineludible de contar con un patrocinador antes de empezar la propia obra. El arquitecto es un artista a la búsqueda de una clientela capaz de financiar sus conceptos sobre el espacio. Aquellos situados en lo más alto de la experiencia arquitectónica de nuestros días venderán su alma con tal de poder construir su proyecto estético y con ello realizar sus ambiciones personales.
En el pasado, y también en el presente, la clientela fundamental estaba constituida por los que manejan recursos suficientes para hacer del cobijo esencial algo más que mera construcción. Reyes y notables de la corte, sacerdotes, nobles, generales, etc. en un pasado histórico dieron trabajo al archi tekton, el primer obrero. Como se desprende de la etimología de la designación profesional: aquel que tenía el conocimiento más profundo y extenso del proceso para construir los palacios, los templos y las tumbas.
Por el camino de la historia, el arquitecto ha ido perdiendo gran parte de sus atributos y conocimientos para ir centrándose en una supuesta esencia de la arquitectura y dejar a otros, responsabilidades fundamentales. Por ejemplo, la ingeniería ha ido asumiendo paulatinamente cuestiones relevantes que condicionan completamente la arquitectura sin que haya habido una conciencia clara del proceso. Actualmente, todo ello ha conducido a que los arquitectos sean unos meros productores de símbolos, imágenes y decorados con una ignorancia extrema sobre la forma en que esos posibles edificios se sostienen y se construyen. Por no hablar de cómo se manejan los presupuestos y la financiación de las obras.
En la arquitectura del poder, Sudjic elige a personajes destacados para explicar la impresionante mutación que se ha producido en esta disciplina a lo largo del siglo XX. Un primer ejemplo relevante es el que proporciona Albert Speer y su relación con Adolf Hitler en la construcción de sus delirios arquitectónicos.

Patio de la nueva Cancillería. Albert Speer, Berlin 1938

Speer, tal y como se desprende de este libro y de la lectura de su propia autobiografía quizás más aun, fue siempre un extraordinario manipulador de la egolatría de los poderosos, con un conocimiento extremo de la psicología de sus clientes. Contaba con una gran capacidad para la organización que le llevó finalmente a dirigir la producción del armamento en la fase final del III Reich. Pero lo más relevante era su gran capacidad de seducción y disimulo que transformó en un arma imbatible para lograr construir tanto su arquitectura como presentar siempre una imagen personal favorable. Una serie de episodios que se relatan van definiendo el carácter y las estrategias del arquitecto hasta llegar a su culminación, cuando tras salir de la prisión de Spandau, intentó corregir los datos existentes sobre él mismo en los Bundesarchiv para presentarse ante la historia de la manera más favorable. Para ello, y según se relata, intenta sobornar a un funcionario para lograr la sustitución de su diario personal como inspector general de edificios del Reich por una versión más edulcorada.
Hay que recordar que, tras la II Guerra Mundial, Speer fue el único acusado del famoso proceso de Nuremberg que no fue condenado a muerte o cadena perpetua. Ello refleja la gran capacidad de auto representarse de la manera más conveniente y de lo cual su autobiografía es un esfuerzo insuperable.

EUR 42. Obra magna de Mussolini

Muchos otros ejemplos del seguidismo de la arquitectura hacia el poder autocrático se reseñan a lo largo del libro. Estrategias de la arquitectura que contribuyen al refuerzo ideológico de las más execrables dictaduras como las que han representado Stalin en la Unión Soviética, Mussolini en Italia o el general Franco en España. Con ellas, se ilustra el importante papel que la arquitectura tiene en la formalización física de la propaganda contemporánea. Como dice Sudjic:

La construcción no solo tiene la finalidad práctica de dar cobijo, ni la de crear las infraestructuras modernas de un estado. Aunque pueda parecer anclada en el pragmatismo, es una expresión poderosa y extraordinariamente reveladora de la psicología humana. Es un medio de hinchar el ego humano a la escala de un paisaje, una ciudad o, incluso una nación.
Refleja las ambiciones, las inseguridades y las motivaciones de los que construyen y, por eso, ofrece un fiel reflejo de la naturaleza del poder, sus estrategias, sus consuelos y su impacto en los que lo ostentan

Como se puede leer, para Sudjic la arquitectura tiene un papel fundamental en la formalización de la nacionalidad como concepto político formulado como mecanismo para la conquista del poder. Según el autor, la creación de la imaginería de un Estado y su aplicación con éxito en el territorio más extenso posible puede considerarse como una táctica de guerra librada por otros medios. Si un país no cuenta con sus propios símbolos nacionales puede conseguir una suerte de gloria reflejada adoptando el estilo de una potencia declaradamente victoriosa, que sea sinónimo de eficacia, valor y éxito.
Por ello en algunos países, los arquitectos son una especie de héroes nacionales que han contribuido a la forja de la identidad nacional. Es el caso de Le Corbusier para los suizos, que lo homenajean en sus billetes. O el de Alvar Aalto para los finlandeses, Gaudí en Cataluña o Mackintosh en Escocia que, finalmente, han devenido en iconos de la imaginería popular representando rasgos sobresalientes de las naciones respectivas.
El problema central del momento actual se plantea en como construir una identidad local o empresarial en una era de incertidumbres. Y ahí volvemos a tener en el centro de la escena a los arquitectos como constructores de imágenes y simbologías que la población experimenta y percibe en el mundo de lo físico.
Pero es que la arquitectura también se ha convertido en una herramienta poderosísima para el marketing de las ciudades y la expresión de la riqueza, el poder asociado a políticos de todo pelaje, así como el buscado por los magnates de los negocios y las finanzas. Y es que la arquitectura tiene un valor simbólico fundamental, desencadena reacciones emocionales en el plano social y, por ello, debe considerarse una de las formas más poderosas en la comunicación de masas.
En los últimos cincuenta años, un espacio específico de esta construcción de las identidades contemporáneas lo representan y han representado las sedes políticas representativas de las instituciones democráticas. El autor se fija en el fracaso que supuso para Nelson Rockefeller, gobernador de Nueva York en los años 60, la construcción en Albany de la nueva sede del estado a imitación de la Brasilia de Lucio Costa y Oscar Niemeyer. Allí, el esfuerzo de Wallace K. Harrison no estuvo a la altura de la grandilocuente preocupación de su cliente en su intento de proyectarse como una figura política de alcance nacional.
Las tipologías arquitectónicas que aplican políticos y dirigentes empresariales para la implantación de esta nueva idea del poder asociada a las ciudades y a los conglomerados económicos son muy diversas. Sudjic se centra en una serie de ejemplos representativos. Como por ejemplo, el aeropuerto, la estación para el tren de alta velocidad, el rascacielos, el museo o el centro cultural con auditorio.
Sobre los museos y centros culturales, hace una reflexión muy esclarecedora de las motivaciones de la clientela que los encarga. En el libro se presenta a uno de los arquitectos que más han contribuido a la construcción de este tipo de edificios: Renzo Piano se ha convertido en el arquitecto favorito de los ricos que buscan la inmortalidad. Las raíces del museo moderno, por mucho que se relacione con valores progresistas, están en dos de los impulsos humanos más fundamentales, desafiar a la muerte y glorificar el poder. El museo es la síntesis del santuario y el monumento.
A Santiago Calatrava, un arquitecto que trabaja masivamente en este campo, lo presenta como la versión oscura y kitsch de la inventiva juguetona de Frank Gehry y que, en realidad, ha renunciado a diseñar edificios para concentrarse en la producción de iconos. En relación al auditorio que Calatrava ha proyectado para mi ciudad, Santa Cruz de Tenerife, se señala con un desprecio excesivo que es el clásico proyecto icónico, un edificio cultural, diseñado con una importante subvención de fondos públicos, con la clara intención de conseguir que una ciudad desconocida salga en las páginas de las revistas de las compañías aéreas.

Auditorio de Tenerife. Santiago Calatrava, 2002

Los rascacielos representan otra aproximación a la construcción de la identidad de los lugares con el apoyo de los empresarios locales. Son iconos que fomentan la sensación de identidad de regiones amplías necesitadas de promoción económica y de obtener con ello, una presencia destacada en los medios y ante el resto del planeta. La frase que presenta a una ciudad como sed del edificio más alto del mundo ha ejercido en los dos últimos siglos una atracción popular muy potente.
Finalmente, Sudjic señala uno de las incognitas que más acongojan a las elites dirigentes del dinero y la política: El problema es que dado lo extraña que es buena parte de la arquitectura contemporánea, ¿cómo pueden los clientes saber que su accidente de trenes, su meteorito o su platillo volador en concreto va a ser el hito que buscaban y no la pila de basura que en el fondo sospechan que es?

Museo Guggenheim de Bilbao, Frank Gehry. Foto: José Luis RDS, Flickr

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